A veces me invade
una sensación.
Una sensación, me
invade a veces.
Es algo que me
vacía, que me seca sin querer.
Me enseñaron que el
frio produce frio y que lo repugnante produce asco. Pero no sé que
es lo que produce esto que me invade.
Me acongoja como la
fría sombra que cubre mis fracasos putrefactos en el fondeo del
foso, aquellos que mi desquiciada esperanza pretende proteger,
gritándole al enterrador que están vivos, que no se acerque con la
pala.
Me descorazona como
ver las ecografías de proyectos estúpidos o monstruosos que nunca
verán la luz.
Es como el olor a
mapas mojados, desdibujados. El tizne en los dedos de brújulas
oxidadas, magnetizadas. Es un trago más cuando el barman a apagado
ya las luces. Es la esencia misma de la máquina que solo sirve para
apagarse cuando la enciendes. Es la chispa única de genio que le
reveló al pobre niño idiota; su idiotez.
Pero quizás, no sea
ni sensación porque nada la produce. Quizás sea solo una invasión
de nada. Algo que no se puede nombrar. Algo que hace mirar al suelo
mientras paseas.
Son demasiadas
banderas noruegas, ondeando en el polo sur.
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