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Hace
unos días escuche por la radio una entrevista a un escritor de
éxito. Me llamó la atención que dijera que, en sus inicios, solo
pretendía escribir “novelas de duro”, ya saben, aquellas de unas
90 páginas, pequeño formato y de papel y encuadernación baratas.
Muchas editadas por la extinta Editorial Bruguera en las décadas de
los 60 a los 80.
Como
no tenía memoria de haber leído ninguna, me dispuse a tomar
contacto con las novelas populares. En el mercadillo que hacen cerca
de mi casa cada sábado, compré unas dos docenas por 5€.
Leí
La Araña Humana de Curtis Garland, entretenida y con algunos
párrafos muy atractivos. De hecho he leído, o mejor dicho, empezado
a leer novelas de éxito que me parecen inferiores. Por ejemplo;
Grandes Simios de Will Self, autor británico de moda con seguidores
a nivel mundial. Bien escrita, sin duda pero cada tres páginas se
explayaba en una bella descripción, rollo; Exhaló el humo y las
heteras espirales parecían danzar ondulantes en honor a su creador.
Y cada x páginas, indefectiblemente te encontraras una cosa de esas.
Me parecía leer el texto de un adelantado estudiante de
bachillerado. Con Curtis Garland, que no es otro que Juan Gallardo
Muñoz (Barcelona, 1923-2013), si bien la trama era algo forzada el
relato visto localmente, estaba muy bien, lograba meterte dentro y
entretenerte, no se puede pedir más a quien escribía dos novelitas
en tres días. Como se percata el lector, muchos de los autores de
novela popular, utilizaban seudónimos anglosajones para dotar a sus
textos de un mayor atractivo (¿Qué español compraría una novelita
de Juan Gallardo, si puede hacerlo de Curtis Garland?).
Este
descubrimiento me ha traído el problema de plantearme como se
diferencia la literatura de los escritos vulgares. Y ese problema que
me traen a otro me lleva, que es, cómo no podría ser de otra forma;
el de darme una respuesta.
Poniéndonos
en faena: la RAE define literatura como el arte de la expresión
verbal, cosa que no nos ilumina mucho para decidir la calidad
literaria de un texto. Me pregunto en qué se diferencian El Lobo
Estepario, El Proceso, Crimen y Castigo o La Odisea de una novela de
vaqueros. También podríamos plantearnos qué tienen en común las
grandes obras literarias.
Supongo,
que un factor es la profundidad del tema. Y la profundidad del tema
tiene que ver con el objetivo del autor. Tratar temas trascendentes,
unido a la novedad del planteamiento y un estilo rico podrían
considerarse factores de la gran obra. Sin embargo, vista la
fugacidad de la vida humana, ¿no podría ser el mero entretenimiento
y el olvido de la realidad inmediata una suerte de nirvana o de fino
placer que aplaudirían los filósofos epicúreos?
Es
posible que el problema sea como el de saber si un vino es bueno. Es
conocido que es muy fácil dar gato por liebre a graves expertos en
caldos. Yo personalmente, soy del parecer que más allá de un
crianza la mejora en el vino, cuanto menos, se divorcia del precio
(suponiendo que esa mejora exista). Tal vez, eso sí sea literatura,
las justificaciones que hacen que un vino multiplique el de otro que
es excelente.
Las
novelas de duro, pueden estar bien escritas, pero no intentan
desvelar el significado de la vida, ni hacer profundos retratos del
hombre o de la sociedad. Por otro lado, eso puede depender también
del lector. Cuidado, entramos en el resbaladizo terreno del arte.
Sin
embargo, otras obras como: Rebelión en la Granja, Un Mundo Feliz,
1984 o Fahrenheit 451, pueden ser consideradas solo novelas. O las
obras de Lem o Asimov publicaciones juveniles, de entretenimiento o
divulgativas. Así, que el trasfondo no tiene porqué ser garantía
de gran obra literaria. Sin embargo ejercicios extraños de estilismo
como Ulises (esa no he llegado a leerla, aunque la he empezado) son
reverenciados.
Debe
tratarse de una cuestión de canon. Hay unos libros que son arte y
otros que no, tal como la pintura. ¿Por qué un cuadro es una obra
de arte sublime que vale millones de euros y otro es solo artesanía?
Contexto histórico, afinidades políticas, inversiones económicas,
influencias personales, inercia, esnobismo, mera estupidez,
posiblemente sean algunos de los motivos.
De hecho, si no estoy mal informado, en la época en que el quijote se escribiera los entendidos consideraban que el
latín era la lengua propia de la cultura, la prosa de la época que
a nosotros no parece ampulosa, altisonante y afectada (tipo la voz en
off de los documentales franquistas), contrastaba con la de Cervantes
que según un artículo del Centro Virtual Cervantes[1] es
sencilla, fluida, suelta, rápida y garbosa. Vamos, que desde la
perspectiva de la alta cultura de la época debía resultar sencilla y
vulgar.
El hombre se empecina en salir de su vulgaridad segragando sus
producciones como si unas fueran joyas divinas y otras toscas
piedras. No podemos encumbrarnos sin encumbrar nuestras obras y no
podemos darles a estas tal notoriedad sin hundir otras similares. Los
intelectuales han llegado a ser simples porteros de discoteca, los
del «tu entras y tu no» porque así el local sube de cache.
Mientras más absurdo sea el motivo mejor, el Credo
quia absurdum es lo que siempre ha
funcionado mejor.
Literatura... como si el ser humano tuviera algo
importante que decir. Y lo dejo que ya ha llegado mi mujer.
[1]http://cvc.cervantes.es/literatura/quijote_america/colombia/florez.htm
1 comentario:
En un texto sobre creatividad y genio, recuerdo haber leído alguna teoría que enfatizaba que la genialidad en el arte era una cuestión de convención social ligada a la cultura del momento. Vamos, lo que tú ya apuntas.
Las editoriales van constantemente en busca del "autor revelación", o de "la novela que está causando furor este año". Hoy mismo he visto una propaganda similar en la portada de un libro en una feria, lo cual me ha hecho pensar si es lógico esperar que cada año un autor se revele como algo extraordinario. Pero el mercado necesita crear figuras, modas e iconos.
A menudo me pregunto qué autor/libro de los cientos que se ven actualmente en el escaparate de la librería pasará en verdad a la historia de los libros sobre literatura, y cuáles acabarán junto a "La ciudadela" de A. J. Cronin, desvencijados, polvorientos y amarillos sufriendo las inclemencias del tiempo en los mercadillos de cacharros viejos.
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