Os ruego encarecidamente que no me traigáis nada.
En vuestro debut, allá al principio de nuestra era, primero pasasteis por el palacio de Herodes para seguir a llevarle regalos a un niño desplazado que había nacido en Belén. El rey de Judea, celoso y temeroso del futuro que le augurabais al niño, os pidió que volvierais a indicarle su paradero.
Pero retornasteis directamente a vuestro lejano oriente por advertencia divina y Herodes burlado, pasó a cuchillo a todos los menores de dos años en la desgraciada Belén de Judea (la matanza de los santos inocentes).
No reyes magos, no me traigáis nada. ¿Cuáles son ahora vuestros daños colaterales? ¿Me traeréis un balón Nike cosido en Pakistan por manos infantiles? ¿Juguetes producidos por hacinados obreros chinos? ¿Aparatos electrónicos que precisan de las minas de “tierras raras” de los violentos pseudopaises centroafricanos? ¿O un piso de los que “nunca bajan”? Pero decirme mágicos reyes que nos hacéis felices ¿a qué “Herodes” habéis visitado este año?
No quiero que me traigáis nada, ni siquiera deseo que vengáis, pero si vais a venir –se que la gente os es devota-, entonces venid sin corona y sin magia. Compartamos la triste dignidad fraterna de ser conscientes del mundo en el que vivimos y entender que cosa somos. Entonces, quizás se me ocurra algo que pediros.
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