-Morirás congelado
-¿Cuando?
-Eso no lo sé.
-Vaya buenaventura que es esta...
-Mañana no veré el sol, así que te
digo lo que hay. Si no quieres saber no preguntes.
Me fui maldiciendo a aquella bruja
loca. Pero al cabo de un par de días todo cambió. En la prensa
local encontré la noticia de su muerte, aquella misma noche.
Diecisiete puñaladas. No le robaron nada. Solo diecisiete
puñaladas. Tal vez fuera casualidad, ¿lo sabía o lo adivino? No es
la misma cosa. Como decía, ahí todo cambió.
Volví a fumar, pero los cigarrillos no
me sabían a nada. Me aficione a los Montecristo, solía coger los
número 4 -un tamaño modesto-. Los encendía con unas largas
cerillas. A veces, encendía una y miraba la llama con fascinación.
Fuego, partículas incandescentes. Iones. Un electroiman es capaz de
mover una llama, son moléculas rotas, cargadas, inflamadas que
danzan y ascienden. Moriré congelado.
Tras esas dos palabras, siempre apagaba
la que tenía en la mano, la apagaba y encendía otra. Entonces, casi
sin mirar la cosita rojiza que culebreaba encima de la negra cabeza
de la cerilla, hacía girar la punta del puro frente a la llama,
apenas rozándolo, y le daba un par de aspiraciones profundas. El
calor del coñac y el denso humo me aturdían. Me fui dejando ir.
Me despidieron, pero encontré trabajo
como conductor de un camión frigorífico. La escena de aquella
noche, la noche, aquella noche en que la bruja me dijo; morirás
congelado, la tenía clavada en mi mente. Me parece que cada vez la
veía más clara. Es extraño. Aun hoy, esa imagen, esas palabras me
parecen más nítidas, más frescas, más rotundas, más ciertas.
Algunas noches, cuando hace calor, tengo miedo.
Me despedí. Tuve un par de accidentes,
la última vez me quede encerrado en la caja más de 7 horas, -23
grados. Perdí una falange del menique de la mano izquierda. Sin trabajo, vivir en la ciudad me asfixiaba, fumaba
demasiado, bebía demasiado. Decidí un cambio radical. Vendí todo
lo que tenía.
He estado meses viviendo en el pequeño
hostal a los pies de la montaña. He llegado a este campamento con un
grupo de alemanes que también quieren subir a la cima, van muy bien
preparados, en exceso. Mañana iniciaré el ascenso, subiré a ese
7000 y después a vivir entre hostales, hospederías y monasterios,
la riqueza es una vida austera.
Ahora también miro la nieve
fascinado, cristalizado antes de echar a andar. Critalitos,
minúsculos cristales geométricos de hexagonal corazón. Todos
distintos, billones de cristalitos de agua congelada. Congelada, el
agua que serpentea en los riachuelos, fría y dura. Y ya no pienso
que moriré congelado. Mañana subiré allá arriba solo, sin el
equipo de los alemanes. Y ya no pienso que moriré congelado. Y ya no
pienso después de pensar fascinado en la nieve. Y ya no vienen a mi
esas palabras en las que no pienso ya. Mañana subiré a la cima y
moriré congelado.
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