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Los lugareños, celebraban sus fiestas locales ruidosamente hasta altas horas de la noche, en ocasiones hasta el amanecer. John Browd, tenía otras preocupaciones, sin embargo se tenía que comer las fiestas de los cojones con panochas y wisky.
Como buen granjero tejano, tenía escopetas para parar un tren y una draconiana lógica vivía en su interior. Y a las tres noches sin dormir, y sin poder laborar a causa de sus ruidosos vecinos, el cantante con el banjo, a la luz de la luna, empezó a cantar.
¡John, John, dispara!
Que nada me para.
Haz el esfuerzo de creerme,
John, dispárame y duerme.
Silénciame por siempre
y cosecha en septiembre.
Haz el esfuerzo de creerme,
John, dispárame y duerme.
John, escucha esta música sacra,
coge tu escopeta y masacra.
Haz el esfuerzo de creerme,
tu locura es un último resorte
que ilógica, abre el picaporte.
John, dispárame de una puta vez y duerme.
En el juicio, el abogado de John alego que las fiestas populares no respetan los derechos individuales. ¿Se imagina unas fiestas en las que se impidiera a los vecinos comer o beber durante un día, en ocasiones más? Pues una persona no puede vivir sin dormir más tiempo que sin beber señor juez. ¡Qué país vamos a construir cuando una panda de juerguistas borrachos llevan a los tribunales a un honrado trabajador! ¿Qué mal hizo John? ¿Defenderse?
Y efectivamente, John, fue indemnizado convenientemente por el ayuntamiento. En cuanto a los criminales, aprovechando que 6 ya fallecieron, el juez les aplico la pena de muerte para que las cosas cuadrasen. A los heridos se les indultó. Desgraciadamente el alguacil del pueblo, no entendió bien la resolución y paso la tarde buscando y rematando a los supervivientes. El caso fue muy sonado, no por John, si no por el alguacil que fue ajusticiado tres veces.
Sí, ajusticiado tres veces, un caso tan extraño como cierto. Pero eso es otra historia.
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