domingo, 8 de mayo de 2016

Novelas de duro


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Hace unos días escuche por la radio una entrevista a un escritor de éxito. Me llamó la atención que dijera que, en sus inicios, solo pretendía escribir “novelas de duro”, ya saben, aquellas de unas 90 páginas, pequeño formato y de papel y encuadernación baratas. Muchas editadas por la extinta Editorial Bruguera en las décadas de los 60 a los 80.

Como no tenía memoria de haber leído ninguna, me dispuse a tomar contacto con las novelas populares. En el mercadillo que hacen cerca de mi casa cada sábado, compré unas dos docenas por 5€.

Leí La Araña Humana de Curtis Garland, entretenida y con algunos párrafos muy atractivos. De hecho he leído, o mejor dicho, empezado a leer novelas de éxito que me parecen inferiores. Por ejemplo; Grandes Simios de Will Self, autor británico de moda con seguidores a nivel mundial. Bien escrita, sin duda pero cada tres páginas se explayaba en una bella descripción, rollo; Exhaló el humo y las heteras espirales parecían danzar ondulantes en honor a su creador. Y cada x páginas, indefectiblemente te encontraras una cosa de esas. Me parecía leer el texto de un adelantado estudiante de bachillerado. Con Curtis Garland, que no es otro que Juan Gallardo Muñoz (Barcelona, 1923-2013), si bien la trama era algo forzada el relato visto localmente, estaba muy bien, lograba meterte dentro y entretenerte, no se puede pedir más a quien escribía dos novelitas en tres días. Como se percata el lector, muchos de los autores de novela popular, utilizaban seudónimos anglosajones para dotar a sus textos de un mayor atractivo (¿Qué español compraría una novelita de Juan Gallardo, si puede hacerlo de Curtis Garland?).

Este descubrimiento me ha traído el problema de plantearme como se diferencia la literatura de los escritos vulgares. Y ese problema que me traen a otro me lleva, que es, cómo no podría ser de otra forma; el de darme una respuesta.

Poniéndonos en faena: la RAE define literatura como el arte de la expresión verbal, cosa que no nos ilumina mucho para decidir la calidad literaria de un texto. Me pregunto en qué se diferencian El Lobo Estepario, El Proceso, Crimen y Castigo o La Odisea de una novela de vaqueros. También podríamos plantearnos qué tienen en común las grandes obras literarias.
Supongo, que un factor es la profundidad del tema. Y la profundidad del tema tiene que ver con el objetivo del autor. Tratar temas trascendentes, unido a la novedad del planteamiento y un estilo rico podrían considerarse factores de la gran obra. Sin embargo, vista la fugacidad de la vida humana, ¿no podría ser el mero entretenimiento y el olvido de la realidad inmediata una suerte de nirvana o de fino placer que aplaudirían los filósofos epicúreos?

Es posible que el problema sea como el de saber si un vino es bueno. Es conocido que es muy fácil dar gato por liebre a graves expertos en caldos. Yo personalmente, soy del parecer que más allá de un crianza la mejora en el vino, cuanto menos, se divorcia del precio (suponiendo que esa mejora exista). Tal vez, eso sí sea literatura, las justificaciones que hacen que un vino multiplique el de otro que es excelente.

Las novelas de duro, pueden estar bien escritas, pero no intentan desvelar el significado de la vida, ni hacer profundos retratos del hombre o de la sociedad. Por otro lado, eso puede depender también del lector. Cuidado, entramos en el resbaladizo terreno del arte.

Sin embargo, otras obras como: Rebelión en la Granja, Un Mundo Feliz, 1984 o Fahrenheit 451, pueden ser consideradas solo novelas. O las obras de Lem o Asimov publicaciones juveniles, de entretenimiento o divulgativas. Así, que el trasfondo no tiene porqué ser garantía de gran obra literaria. Sin embargo ejercicios extraños de estilismo como Ulises (esa no he llegado a leerla, aunque la he empezado) son reverenciados.

Debe tratarse de una cuestión de canon. Hay unos libros que son arte y otros que no, tal como la pintura. ¿Por qué un cuadro es una obra de arte sublime que vale millones de euros y otro es solo artesanía? Contexto histórico, afinidades políticas, inversiones económicas, influencias personales, inercia, esnobismo, mera estupidez, posiblemente sean algunos de los motivos.

De hecho, si no estoy mal informado, en la época en que el quijote se escribiera los entendidos consideraban que el latín era la lengua propia de la cultura, la prosa de la época que a nosotros no parece ampulosa, altisonante y afectada (tipo la voz en off de los documentales franquistas), contrastaba con la de Cervantes que según un artículo del Centro Virtual Cervantes[1] es sencilla, fluida, suelta, rápida y garbosa. Vamos, que desde la perspectiva de la alta cultura de la época debía resultar sencilla y vulgar.

El hombre se empecina en salir de su vulgaridad segragando sus producciones como si unas fueran joyas divinas y otras toscas piedras. No podemos encumbrarnos sin encumbrar nuestras obras y no podemos darles a estas tal notoriedad sin hundir otras similares. Los intelectuales han llegado a ser simples porteros de discoteca, los del «tu entras y tu no» porque así el local sube de cache. Mientras más absurdo sea el motivo mejor, el Credo quia absurdum es lo que siempre ha funcionado mejor.

Literatura... como si el ser humano tuviera algo importante que decir. Y lo dejo que ya ha llegado mi mujer.


[1]http://cvc.cervantes.es/literatura/quijote_america/colombia/florez.htm

1 comentario:

Amaya dijo...

En un texto sobre creatividad y genio, recuerdo haber leído alguna teoría que enfatizaba que la genialidad en el arte era una cuestión de convención social ligada a la cultura del momento. Vamos, lo que tú ya apuntas.
Las editoriales van constantemente en busca del "autor revelación", o de "la novela que está causando furor este año". Hoy mismo he visto una propaganda similar en la portada de un libro en una feria, lo cual me ha hecho pensar si es lógico esperar que cada año un autor se revele como algo extraordinario. Pero el mercado necesita crear figuras, modas e iconos.
A menudo me pregunto qué autor/libro de los cientos que se ven actualmente en el escaparate de la librería pasará en verdad a la historia de los libros sobre literatura, y cuáles acabarán junto a "La ciudadela" de A. J. Cronin, desvencijados, polvorientos y amarillos sufriendo las inclemencias del tiempo en los mercadillos de cacharros viejos.