sábado, 30 de mayo de 2015

Crianza natural


 Imagen solo enlazada
Siempre quise ser madre. Desde que tengo recuerdos el hecho mismo de la vida me cautivaba. Recuerdo los largos paseos con mi propia madre por el campo, despertando a las maravillas de la naturaleza. Poco después de los 20 años tuve mi primer hijo. Deseaba que creciera sano y libre de todos los venenos de este mundo moderno. Algunos de mis familiares se escandalizaron cuando dije que no vacunaría al niño. Por supuesto no quería que intoxicaran a mi niño con toda esa química en su cuerpecito. Los niños solo necesitan el amor de su madre y  a la naturaleza. Me irritan muchísimo todos esos engreídos para los que todo ha de ser científico y medible. De hecho me dan pena. Se pierden lo mejor de la vida, son personas que deben estar secas por dentro sin atreverse a  canalizar toda la hermosa energía de nuestra gran madre natura, sin abrir su conciencia a la gran realidad. Desde el principio me decidí a no permitir que deformaran a mi hijo con sus medicinas ni sus costumbres alienantes para hacerlo un robot más, una persona apartada de la naturaleza que vive como esos tristes animales de masacran en los mataderos. Quería que mi hijo fuera una persona de verdad.

Por desgracia, mi marido de aquella época no estaba tan comprometido como yo en la cría de nuestro hijo. Amamantar le parecía bien, pero el colecho era una exageración; si es lo que las madres animales hacen, es lo mejor. Tuvimos verdaderas peleas porque él se obstinaba en llevar al niño a aquel campo de concentración, que es el colegio, a que le le llenaran su tierna mente de datos y a que le enseñaran que la vida natural solo es algo que está ahí para que lo explotemos. El muy desnaturalizado incluso me decía que a veces había que dejar que el niño llorara un poco, para que se acostumbrara. ¡Maldito hijo de puta,!  ¡¿Para que se acostumbrara a qué?! ¿Al abandono de sus padres, a la frialdad de nuestra sociedad asesina? No iba a consentir que mi hijo se traumatizara por sentirse abandonado, lo criaría con el amor primitivo y natural con que los animales cuidan de sus preciosos hijitos. Mi niño no era una máquina, era un ser que sentía y sufría como todas las criaturas del cosmos y a través de su madre podía estar en comunión con el universo. Para ello debía ser libre de hacer y de sentir sin las ataduras de hierro que le quería imponer su cruel padre moderno. Cuando nació nuestro segundo hijo, me enteré que lo llevó a vacunar en secreto.  Eso fue la gota que colmó el vaso. Al cabo de unos meses nos separamos. Por supuesto los niños se quedaron a vivir conmigo.

Al cabo de unos años, en un campamento nudista de meditación astral, conocí a un hombre maravilloso. No tenía hijos pero se veía a la legua que sería aun magnifico padre. Me tenía impresionada, había dejado de comer cualquier alimento procesado, se alimentaba solamente de lo que podía recolectar por el campo. Nunca usaba jabón. Se le veía feliz como los animales. Incluso, cuando tenía ganar de defecar, simplemente se agachaba y lo hacía. No estaba contaminado por nuestra sociedad.

A los pocos días, nos unimos y decidimos pasar nuestra vida juntos, eramos una pareja. No hicimos ningún ritual salvo el que hacen las parejas animales para ser uno. Una vez la gente del campamento se fue, nosotros nos quedamos a vivir allí, él, yo y los dos niños. Aquello si que era vida de verdad, por fin podría criar a mis hijos de una forma natural.

Decidí que siquiera volvería la ciudad para despedirme del trabajo, había cortado con todo . A las semanas me di cuenta que estaba embarazada de mi verdadero y natural amor. Todos fuimos muy felices. Creo que mi pareja se llamaba Ludvig, pero nunca me lo dijo, los nombres son cosas de la sociedad. Hablaba, lo poco que hablaba, con un acento extranjero como centro europeo.

El embarazo fue un poco complicado, pero fue el mejor posible, era totalmente natural. No recordaba que mis dos anteriores hubieran sido tan duros. Se ve que estaba como anestesiada con toda esa mierda de sociedad, ahora por fin, estaba volviendo a vivir. Los niños estaban mejor que nunca, con los que Ludving les conseguía para comer estaban muy delgados y esbeltos. Un poco débiles hasta que no consiguieran limpiarse de todas las toxinas que traían de la ciudad.

Al fin nació muestro hijo, creí que iba a morir. Fue una sensación maravillosa. Era la vida natural misma, sin maquinas, sin drogas ni médicos sabelotodo. El niño nació azulito, muy delgadito. Casi no se movía. De hecho al principio no se movía, pero Ludving lo empezó a lamer como hacen los animales y empezó a respirar y a moverse poquito a poquito. Era precioso, un niño libre por fin. 

Sin embargo al día siguiente paso algo un poco raro. Estaba en el refujio de ramas amamantando a nuestro nuevo hijo cuando escuche como gritaban mis otros dos hijos, tenían 4 y 7 años. Salí apresuradamente y me quedé helada, Ludving esgrimía un grueso garrote de madera y mis hijo se hallaban en el suelo, sobre un rojisimo charco.

Miraba atónita mientras mi pareja se acercaba a mi mirándome amorosamente. Me dijo que eso era lo que hacían muchos animales. Matan a las crías de las anteriores parejas. Era lo que hacían los animales, era crianza natural, lo que siempre había querido. Me costó mucho aceptarlo. Estaba muy contaminada por el tipo de crianza moderna. Las cosas más naturales, después de tantos años de vivir en una jaula, casi me parecían una monstruosidad. Pero, era natural, tenía que ser bueno. 

Al cabo de unos días llegaron unos policías. Se sorprendieron de encontrarme allí. Decían que unos excursionistas habían encontrado los cadáveres de unos niños por aquella zona detrás de unos matorrales. Les conté los sucedido y les explique que eran mis hijos y que los había criado de acuerdo a los deseos de la madre naturaleza. Todavía recuero la expresión que pusieron aquellos agentes. Se les abrió un poco la boca y empezaron a mirarme como si no estuviera bien de la cabeza. En aquel momento apareció Ludving que empezó a lanzar piedras hacía donde estábamos. Aquellos hombres hicieron unos disparos al aire y mi pareja empezó a correr monte arriba.

Me trajeron al hospital, me quitaron al niño. 15 días sin mi hijo. Decían que tenía serios problemas de salud, que era un milagro que estuviera vivo. Que tenía parásitos. Malditos médicos. Maldita crianza moderna. Estaban destrozando a mi familia. Estaba perfecto, ellos iban a enfermarlo ahora y le echarían las culpas a la crianza natural. Vino a verme una jueza. Era muy seria. Me dijo que mi pareja había muerto el mismo día que me trajeron aquí. Me eche a llorar. Entre sollozos le suplique que me dejaran ver a mi hijo, que era su madre y que no podían negármelo. Al cabo de unas horas una enfermera me trajo a mi hijo. Estaba más sonrosado, diferente.  Le dije a la enfermera que se fuera, pero me contesto que le habían dicho que se quedara en la habitación mientras yo tuviera al niño. Le dije que por favor me dejara un poco de intimidad. Era una muchacha joven. Sonrió nerviosa y salió fuera.

Mi hijo ya no era mi hijo, olía diferente, olía a hospital, olía a algo que no era él. Así que hice lo que  las madres animales hacen. Me lo comí. O al menos empecé a hacerlo. Con los chillidos del niño, la enfermera entró en la habitación y con los ojos desencajados me arrancó de la boca.

Están ciegos al amor de la madre naturaleza. Pero ellos sabrán, después les van a salir los hijos traumatizados.

Notas.
https://en.wikipedia.org/wiki/Infanticide_%28zoology%29

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