domingo, 18 de septiembre de 2011

Muriendo morirás.


Y saque la botella de licor que le había comprado al feriante extranjero, y le llené el baso a aquel pobre diablo, solo un poco más que yo.
Mecánicamente, sin siquiera dar las gracias se lo llevó a la boca, su rostro se iluminó: “es laudano” –dijo casi inaudiblemente-, y me miró de una forma que no sé definir y empezó a hablar.

En otro tiempo fui clérigo, mi cuerpo comía en las casas de la más rica nobleza y mi alma bebía en las más antiguas bibliotecas. De nada me privé. Pero, caí en envidiosas acusaciones y el Santo Oficio hizo el resto.

Te daré una historia por tu trago, por brindarme esta, quizas, última vez que que la absenta y el opio me volveran a abrazar como amorosos padres.

Todos sabemos por qué morimos, pero no el cómo y el porqué de ese cómo. El hombre comió del árbol y la mortal maldición que cayo sobre la humanidad no fue la simple muerte, la palabra hebrea del génesis es literalmente: “moriendo moriras”. En una pena de muerte también se señala el instrumento, y así mismo hizo el Señor.

Un hereje, defendió que ese procedimiento penal fue una petición de la misericordiosa Muerte, que así, de alguna forma ella iba entregando sus plazos. La vida se hacía más larga y cuando esta se agotaba, poco quedaba que perder y así algunos hombres conseguían irse en paz.

Y de este modo cada mañana se despierta uno con menos vida. En ese inexorable camino hacia la muerte los hombres se dividen en solo, y exclusivamente solo dos grupos, los que ganan y los que pierden. Parece que ante la muerte tengamos todos el mismo destino, pero no es cierto.

Para todos los hombres sus días se caducan como las hojas de un libro ya leídas. Algunos aprenden de ellas, pero para otros, en cambio, son días añorados que ya no pueden ser revividos, chistes que jamás volverán a despertar al risa. Leen la vida como algo que al leerse por siempre ya serán palabras gastadas, que algo los ancla a no desear ver la infinita combinatoria de las palabras.

Hay hombres que caminan de cara y otros que caminan de espaldas. Para unos los caminos son como un árbol de infinitos ramales, como quien bebe el sagrado vino y gusta sus infinitos matices. Pero otros solo ven que en esencia todos sus caminos son ramales del mismo tronco y que el vino solo se paladea, realmente; una vez.

Cada vez que la Muerte toma un poco de vida, su hueco se llena de muerte, como cuando una herida interna se llena de linfa. Y los hombres van sintiendo el efecto de ese humor, un sentimiento de extraña tristeza, de melancolía, de impotencia, de suave rabia, como un fino ahogo. Como un minúsculo pedacito de corazón que se pudre ya en vida.

Unos sienten los trozos vivos de su corazón con una fuerza concentrada, no sienten con todo el corazón pero lo hacen de una forma más selecta, más sabia. Su corazón se evapora, como esas nobles barricas que van concentrando un excelente vino.

Otros intentan buscar los pedacitos muertos, y se concentra en sentir sus bordes, ahí el hueco, se siente, lo que ya no está. Y son madrigueras de ratones, que recorren esos corazones. Ratones que raen si se les mira, que se multiplican si se les alimenta de pena. Es por eso, que algunos mucho antes de morir llevan ya el pecho lleno de aire.

Tú que me regalas un beso de Hipnos, Acéptame un consejo. Haz en la vida. Una mente y dos manos: no sabes lo que tienes. Igual que las puyas de la Muerte se llenan de esa venenosa linfa, la vida se la rellena de otras cosas, de incontables cosas. Yo ahora lo hago de tu láudano. Se sabio.

3 comentarios:

Amaya dijo...

No le culpe al hombre de percibir un sentimiento de continuidad de sus experiencias, es un fruto inevitable de su conciencia de ser. Pruebe a extirparle parte del hipotálamo, y así con suerte podrá realizar ese avance perfecto hacia delante, dando espalda a su pasado.
No obstante, hasta el que dice recorrer cada vez un camino distinto sin atender a lo anterior miente y se equivoca; porque también siente el aliento de lo aprendido en su nuca, aunque haya aprendido a ignorarlo, y porque precisamente es lo pasado, en su integración en el presente, lo que le hace ser quien es y ver en algunas piedras a viejas conocidas.

Toni dijo...

No me refería al olvido, realmente. Los frutos que caen del arbol pueden sentirse como la fruta que jamás volverá a estar allí, aunqeu el año proximo aparezca otra. Pero, aquellá, aquellá misma, ya no. O como un fruto portador de semillas que continua su ciclo, y que la rama traerá más frutos.

Bueno... no sabría explicarme, debe ser del laudano...

Anónimo dijo...

No tengo la concordancia, pero cito de memoria: "los ojos no se sacian de ver". Quizás los huecos del alma hay que llenarlos con cosas nuevas...viajes, quizás.
Un banco al sol y un buen libro a veces son suficientes.
Por cierto, me ha encantado tu punto de vista sobre la muerte. No es una criatura al acecho ni siniestra, sino una condena aplazada.
No estamos en el corredor de la muerte, sino en un viaje donde algunas experiencias se parecen, pero aunque no haya nada nuevo bajo el sol cada momento puede ser único.
Vamos envejeciendo pero aún restan muchas primeras veces.
Gracias y un abrazo.