Hace tiempo, quizás ya dos décadas, tenía mis ojos en un grueso libro de mi biblioteca local. Desde mi desconocimiento, alguna vez lo ojeé y lo dejé en su lugar con la veneración del fiel.
Interpretaba fantasiosamente que algún genial autor trataba sobre alguna revolucionaria y trascendente verdad. Tal vez, vistos los gráficos y figuras de animales, como las formas mismas de la naturaleza revelaban algo de la realidad que hay más allá. Suponía, aun en mi oscuridad, que cual el lecho del río refleja la forma del río, o el vestido la forma de la persona, los animales, su forma, sus adaptaciones nos reflejarían una realidad más allá. Y que sobre eso versaría el libro.
Da igual el libro que fuera, da igual su autor. Mi yo, ese engañoso eje desde el que construyo mi simulación, algo más viejo, lo reencontró, ya más capaz de leerlo de acuerdo a los cánones. Y constaté lo que se le atribuye a Kayaham, algo así como que los sabios, pronuncian algunas palabras confusas y se echan a dormir. En sus palabras suele traslucirse una búsqueda de un goce dulce de la vida y un escepticismo amargo del saber.
Y he consultado a mi guía espiritual, un pequeño perro negro, en mi fe; una reencarnación de Buda. En su enseñanza sin palabras, me instruye sobre la ceguera del hombre. Como vivimos en el pasado y en el futuro. Como al analizar, el mundo nos confunde.
Así, que evitaré hablar de palabras. Por medio de detenerse, el delante y el detrás pierden su sentido y se vuelven uno.
Escuchemos al maestro Naoto Matsumoto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario