sábado, 30 de julio de 2011

Una lírica alegoría al gusto de Foucault.


Una campesina se quiere matar. Las buenas gentes la llevan a la iglesia. Despeinada y llorosa, habla con el viejo fraile que malvive en las dependencias del templo desde que el señor cura se fue a la ciudad. 

Que se quiere matar, le dice la mujer. Que se le murió el marido, que los campos son muy grandes, que le duelen las manos, que se hace vieja, que se quiere morir: que se va a matar.

El anciano, la mira y le dice lo que se dice, que es todavía joven, que son malos tiempos y que vendrán mejores. Que ahora no quiere vivir pero que es por que se le han enredado los pensamientos, que las noches de insomnio negro y los días al sol blanco, le enmarañan las emociones.

Y que no, que ya lo sabe todo, que se quiere morir: que se va a matar.

El fraile sale a la puerta, les dice a las gentes que se la lleven al convento, que a el no le presta ni mente ni corazón. 

Y al convento van, casi como en procesión, llevando a la campesina que se quiere matar.

A las puertas sale la Madre Superiora, misericordiosa y sonriente, altiva y suficiente. Y otra vez, el mismo relato de la mujer que le asfixia la vida.

Eso es porque el demonio te tienta hija mía, le dice. Y la mujer le contesta que no, que es la tierra que quema bajo el sol, y que bajo ella se quiere esconder. Y la Superiora le dice que no, que el sol es igual para todos, para los gorriones, para los perros, para las ovejas y para los hombres, que es el diablo que la tienta. Y así bailan con las palabras, hasta que la superiora le dice que se va a quedar en el convento, que así no tendrá malos pensamientos.
Y la mujer de repente se siente cansada, y ya no quiere parecer tan segura de su muerte orgullosa.

Estas sin confesar, sin oración ¿cómo no te va a tentar el diablo? Que no, Superiora, es que el sol me quema, que no quiero vivir, dice tímida. El diablo es, mi hija, y nada más. Que bien lo sé yo, que el sol es igual para todos y tu estas sin confesar. Que eso es y nada más.

La mujer frunce el ceño, que la vida no se explica con un poco de agua bendita y unas ostias sagradas. Pero la mujer no quiere quedarse en el convento. Y de repente parece que la superiora tiene la razón, igual que tiene las celdas del convento y el brazo del alguacil. 

Y la mujer reconoce lo que le pasa, y la gente respira aliviada.

Y bajaron en procesión, con la mujer sanada, que mañana subiría al convento a comulgar. Y pasaron por la puerta de la iglesia, donde el fraile, que los miro triste y se preguntó si no sería cierto eso de que la razón era la locura de todos, y la locura la razón de uno. 


Nota.
Libros de Foucault

2 comentarios:

Amaya dijo...

Me encanta.
Y no sólo parece un cuento, o una alegoría. Casi parece un poema o un cantar.

Toni dijo...

Gracias :-)