viernes, 17 de enero de 2014

Entrada Nº 700

Actualización de la entrada "Bloqueo mental en tareas intelectuales complejas":
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Partidilla al QuesoMaestro

Otra partida (triunfante) contra una personalidad débil del ChessMaster. Evidentemente, ha habido otras con peores resultados.

miércoles, 15 de enero de 2014

Bloqueo mental en tareas intelectuales complejas

Imagen solo enlazada

En tareas intelectuales exigentes que han de ejecutarse bajo presión, como resolver problemas matemáticos en un examen o realizar la mejor jugada en una partida de ajedrez, el quedar perplejos por algo inesperado o confuso puede tener resultados catastróficos. 
En tareas memorísticas, como responder lecciones aprendidas, el efecto puede no ser tan acusado, aunque es de todos conocidos el fenómeno de “quedarse en blanco”. En ese otro tipo de tareas, la sorpresa puede llevar a quedarse bloqueado. Utilizaremos dos ejemplos del caso del ajedrez, existe un dicho cuyo origen desconozco que reza: “Un jugador sorprendido esta derrotado a medias”. A poco que lean algo sobre este juego, se percatarán del gran peso que se le da a la integridad psicológica del jugador. Por citar otro ejemplo representativo: el eslogan del cartel del encuentro que disputaron Kasparov y Deep Blue en New York en 1997, tenía el texto: “¿Cómo se hace pestañear a una computadora?" . Sin duda un jugador de ajedrez o un alumno de matemáticas confuso ante su tarea, esta medio derrotado o medio suspendido. 

En el caso de los problemas matemáticos, tengo la experiencia de quedarme hipnotizado frente a un problema incomprensible, pensado en que no me daría tiempo a terminar el examen. Para pasar a resolver otros apresuradamente e incluso confundir la hora tope de entrega del ejercicio, librándolo 30 minutos antes de lo exigido, para después, más tranquilo ver que algunas preguntas estaba preguntando “realmente” esto u aquello, pareciéndome mucho más fácil. 

Soy un neófito pésimo en el ajedrez, pero también he podido sentir el problema de la ofuscación confusa en él. En alguna ocasión, el hecho de perder alguna pieza imprevistamente hace que me lance a arriesgar otras de forma tonta e injustificada, en jugadas pésimas para las que “no he visto” sus consecuencias catastróficas. 

De hecho existe el término “ansiedad matemática” que Mark H. Ashcraft, define como “una sensación de tensión, aprensión o miedo que interfiere en el rendimiento matemático”. Muestra su efecto en los siguientes términos: “La ansiedad matemática interrumpe el procesamiento cognitvo al comprometer la actividad de la memoria de trabajo” [1].

Personalmente no creo que sea una ansiedad particular de la matemática sino un fenómeno de alerta que interrumpe ese tipo de actividad intelectual. Tal vez podríamos considerarlo una pérdida súbita de concentración (de ahí el bloqueo de la memoria de trabajo al que se refiere Ashcraft) y a que la inquietud ante la tarea active el sistema de “sálvese quien pueda”, cosa que no deja mucho espacio a la reflexión eficaz, que es precisamente lo que demandan las tareas intelectuales de resolución de problemas complejos. 


[1]. Ashcraft, M.H. (2002). Math anxiety: Personal, educational, and cognitive consequences.Directions in Psychological Science, 11, 181-185.

domingo, 5 de enero de 2014

Un cuento para una pesadilla


Podía ver el casco una decena de metros más allá. La moto estaba destrozada, parecía una fruta reventada de tan madura. No recuerdo si me caí, me envistió un coche o choque contra algo. Me sentía aturdido pero no me dolía nada. Todo estaba en un extraño silencio. No había ni un alma, ni siquiera tráfico. Nadie. Nunca vi una calle tan desierta… Creo que antes había gente. 

 Empecé a caminar, por inercia, esperando encontrarme con alguien. Tras andar no más de dos minutos, sorprendentemente, topé con los restos de mi moto. Nadie podía haberla arrastrado hasta allí sin pasar por delante mío. Me sorprendió volver a ver el casco en la misma posición en que lo recordaba. De pronto me percaté que era la misma escena. Eso debía ser el famoso déjà vu. Sentí un miedo inexplicable que me empujó a correr. Al cabo de unos instantes eternos tropecé contra algo y me di de bruces contra el suelo; la moto, era otra vez la desvencijada moto. El mismo lugar.

 En el suelo, intenté calmarme. No había corrido en círculos, era una calle recta. Supuse que habría tenido un accidente y me habría golpeado la cabeza, esto era algo neurológico. Me toque las manos para sentirme. Aquello era real. 

 Grité auxilio. Escuche. Grite varias veces y nadie acudió. Me levanté y fui al edificio más cercano, uno de unas cinco plantas. Nervioso, estampé mi mano abierta contra el panel de timbres y los oí zumbar como insectos en los primeros pisos. Ninguna respuesta. 

 La puerta estaba abierta. Entré apresurado, saltando los peldaños de dos en dos, hacía el primer piso. Toque, casi con violencia, a cada una de las tres puertas sin resultado. En el segundo piso me encontré con lo mismo. Grité otra vez un socorro estéril. Tembloroso me agarré la cabeza; «Bajaré a la calle, me sentaré y esperaré a que pase alguien, que llamen a una ambulancia y me lleven al hospital» —me dije—. Tras descender varios pisos, como una hoja de afeitar, el escalofrío más helado que he sentido en mi vida, me atravesó. Planta 1, Planta 1, Planta 1. Siempre era la planta 1. Sentí una fuerte angustia, esta vez me asusté de verdad, supongo que descubrí el pavor. 

 No recuerdo que pasó exactamente, pero no debí meterme en el ascensor, debí quedarme quieto desde el principio. Creo que llevo días aquí, no tengo hambre, ni dolor, ni siquiera ganas de orinar.
 … 
Ahora, ya más calmado, medito en dos hipótesis: estoy muerto o en un extraño estado vegetativo. 
… 
Creo que llevo aquí mucho tiempo. Semanas tal vez… siento una extraña calma. 
 … 
No puedo estar muerto, tengo tiempo, la vida es tiempo. Cogito ergo sum.