domingo, 5 de enero de 2014

Un cuento para una pesadilla


Podía ver el casco una decena de metros más allá. La moto estaba destrozada, parecía una fruta reventada de tan madura. No recuerdo si me caí, me envistió un coche o choque contra algo. Me sentía aturdido pero no me dolía nada. Todo estaba en un extraño silencio. No había ni un alma, ni siquiera tráfico. Nadie. Nunca vi una calle tan desierta… Creo que antes había gente. 

 Empecé a caminar, por inercia, esperando encontrarme con alguien. Tras andar no más de dos minutos, sorprendentemente, topé con los restos de mi moto. Nadie podía haberla arrastrado hasta allí sin pasar por delante mío. Me sorprendió volver a ver el casco en la misma posición en que lo recordaba. De pronto me percaté que era la misma escena. Eso debía ser el famoso déjà vu. Sentí un miedo inexplicable que me empujó a correr. Al cabo de unos instantes eternos tropecé contra algo y me di de bruces contra el suelo; la moto, era otra vez la desvencijada moto. El mismo lugar.

 En el suelo, intenté calmarme. No había corrido en círculos, era una calle recta. Supuse que habría tenido un accidente y me habría golpeado la cabeza, esto era algo neurológico. Me toque las manos para sentirme. Aquello era real. 

 Grité auxilio. Escuche. Grite varias veces y nadie acudió. Me levanté y fui al edificio más cercano, uno de unas cinco plantas. Nervioso, estampé mi mano abierta contra el panel de timbres y los oí zumbar como insectos en los primeros pisos. Ninguna respuesta. 

 La puerta estaba abierta. Entré apresurado, saltando los peldaños de dos en dos, hacía el primer piso. Toque, casi con violencia, a cada una de las tres puertas sin resultado. En el segundo piso me encontré con lo mismo. Grité otra vez un socorro estéril. Tembloroso me agarré la cabeza; «Bajaré a la calle, me sentaré y esperaré a que pase alguien, que llamen a una ambulancia y me lleven al hospital» —me dije—. Tras descender varios pisos, como una hoja de afeitar, el escalofrío más helado que he sentido en mi vida, me atravesó. Planta 1, Planta 1, Planta 1. Siempre era la planta 1. Sentí una fuerte angustia, esta vez me asusté de verdad, supongo que descubrí el pavor. 

 No recuerdo que pasó exactamente, pero no debí meterme en el ascensor, debí quedarme quieto desde el principio. Creo que llevo días aquí, no tengo hambre, ni dolor, ni siquiera ganas de orinar.
 … 
Ahora, ya más calmado, medito en dos hipótesis: estoy muerto o en un extraño estado vegetativo. 
… 
Creo que llevo aquí mucho tiempo. Semanas tal vez… siento una extraña calma. 
 … 
No puedo estar muerto, tengo tiempo, la vida es tiempo. Cogito ergo sum.

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