Con ayuda de un sencillo y económico cortador de fiambres (imagen de la derecha), adquirido en una especie de casa de empeños, cortamos muy fina una patata, la enharinamos y freímos. Pero, parece que el huevo y la harina no casan muy bien con la patata, pese a ser muy fina no se consigue el efecto crujiente. En el calabazín, por ejemplo, es diferente, quien lo probare lo supiere.
Supongo que para mejorar la textura y el sabor se puede freír primero y volver a pasar enharinada. O incluso solo con huevo.
Igual que en la pintura se ha de controlar la forma, el color y la luz, para satisfacer a la mente a través del ojo, de pareja manera se ha de proceder en el arte culinario para conquistar al comensal a través del olfato, la lengua y el ojo, capital medio de acceso al mundo para el animal humano.
Y como sabe cualquier sumiller que hace esas literarias cartas de caldos; la lengua que ha de conocer el cocinero no siempre es la de carne. Las grandes cocineros, estimulan sobretodo el sexto sentido, ese del que hablan algunos antiguos textos budistas, ese que esta dentro de nosotros y nos permite conocer el mundo sin tener acceso a él. No sonrían socarronamente, no. Sus filósofos llegan a verdades solo a través del pensamiento. Ese sentido, piedra angular del hombre, que es capaz de ver constelaciones en las estrellas, paladear los más exquisitos manjares en la podredumbre y pagar pequeñas fortunas para rechupetear repugnantes invertebrados. Es ahí, al fin y al cabo donde descansa toda el arte y la ciencia humana, y la cocina no es un plato a parte.
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