viernes, 9 de noviembre de 2007

El resultado de contemplar como dormita un perro de madrugada.


De las moradas Esta madrugada miraba a uno de mis perros que dormitaba sobre una alfombra, y me dio por meditar sobre los problemas que deben tener los perros.

Al acariciarlo, al tocar su pelaje espeso y basto, me percate de su estructura adaptada a la intemperie.

¿Por qué los perros no caen en la trampa del consumismo? ¿será que son completos cual Buda y no necesitan nada?

Tal vez nosotros no seamos más que un perro, tal vez no necesitemos tanto como tenemos, tal vez nuestra vida podría ser mas rica si prescindieramos de tanto trasto que sólo sirve para alimentar nuestro ego, marcar diferencias con nuestros iguales o calmar nuestro nihilismo.

Y otra vez, tal vez (valga la redundancia) lo que han clamado durante siglos nuestros filósofos y predicadores es lo que enseña cada día el mundo vivo.

Nos afanamos tras las artes y las ciencias buscando “noseque” mundo ideal, que debe cumplir con el requisito de ser obra humana. Mientras, se vidrian nuestros ojos sin llegar a contemplar el mundo que ya existe, el real, el del perro que se tumba indiferente en el suelo frío y que come cuando se lo indica su estómago y no cuando lo marca una máquina que mide unas unidades de algo que llamamos tiempo, pero cuya existencia no es siquiera demostrable fuera de nuestra percepción de los giros acompasados de un engranaje.

Dicen que la opinión de los filósofos sobre si los animales son conscientes de su existencia o no, se divide en dos grupos; los filósofos que tienen perro y los que no.

En mi humilde opinión (tan válida o tan execrable como la de cualquier otro), la conciencia me parece una cuestión de grado.

Somos unos animales (en el buen sentido) que trabajamos con la información, tenemos un órgano hiperespecializado que nos ayuda a hacer simulaciones y somos capaces de transmitir o más bien, de recrear nuestra actividad mental en otras mentes similares a la nuestra.

Tal vez la comunicación interpersonal no debería entenderse como un flujo de datos, sino como colecciones de signos que recrean ”en el otro” los estados internos del emisor. Ejemplo; Un ordenador no se puede comunica con una tostadorar. El ordenador “a” necesita un ordenador “b”, con elementos equivalentes. Que son activados por influjo del primero.

Desde cierto punto de vista, el ordenador no transmite “nada”, si transmitiese “algo”, se lo podría transmitir también a la tostadora.

Y ya que estamos divagando, me pregunto: ¿y qué hay de toda la información acumulada desde épocas remotas por nuestros antepasados? ¿No podríamos decir que exite cierta información que se transmite en las mismas estructuras neurales?

Una vez más, una tonta observación empieza a generar preguntas, de las que a su vez florecen otras. Tal vez tendría que haber despertado al perro e irme a pasear con él, en vez de perder el tiempo de estas maneras.


Agradecimientos:
A Felicidad Espinosa, por sus correcciones y por limitar mis expresiones menos amables.

1 comentario:

Vevina dijo...

Well written article.