domingo, 9 de junio de 2013

Los 6 estados espirituales

Imagen solo enlazada

Por espiritualidad entendemos algo diferente a los aspectos físicos, intelectuales, emocionales o sociales que nos caracterizan. Una forma de definir la espiritualidad podría hacer referencia a los valores profundos que rigen verdaderamente nuestras vidas. La espiritualidad sería aquello con lo que acompasamos nuestros días; nuestra métrica existencial. Posiblemente, eso que designamos por “espiritualidad” descanse en los anteriores factores comentados. Así, lo espiritual estaría influenciado por lo físico, lo intelectual, lo emocional y lo social, pero no sería reducible ni estaría fijamente determinado por ninguno de ellos.  Hay que aclarar que con la espiritualidad no me refiero a la religiosidad ni a los comportamientos éticos, siquiera la vinculo con lo elevado. 
 
Desde antiguo la humanidad se ha observado a si misma y al mundo circundante y de esa forma, durante milenios, sus reflexiones han cristalizado en alegorías que, pese a su infantilismo, esconden algo profundo.  Existen muchas figuras e historias que multitud de culturas utilizan (monstruos, dioses con nuestras emociones que causan la realidad, etc.), puesto que responden a temores, anhelos y sesgos típicos de la mente humana.  Teniendo esto en cuenta, me he fijado en una de esas antiguas formas de ver el mundo, concretamente de la perspectiva budista [1]. A partir de ahí, he confeccionado seis niveles espirituales, coherentes con la idea de espiritualidad que he esbozado anteriormente. 
El tema a tratar tal vez les haga pensar en Jung y la forma de abordarlo a continuación en Maslow. De hecho, esos dos autores, estudiosos del pensamiento y del ser humano, nunca se han caracterizado por la solidez de sus métodos, más bien al contrario. Sin embargo, hay ciertas cuestiones de interés que caen más en el ámbito de la filosofía, que de la ciencia (pese a que se puede considerar a la ciencia como un tipo de perspectiva filosófica) y no por ello hemos de renunciar a pensarlas. 

Estado de desintegración
Es un estado caracterizado por la confusión y el sufrimiento.  

Estado devorador
La persona vive para consumir, para atesorar, sea comida, sexo o dinero. Es un estado de voracidad y de ansia autodestructiva. 
 
Estado de animalidad
Se rige por lo físico, por las recompensas inmediatas, sin ver más allá. El individuo es el centro de todo.
 
Estado de imposición
Busca satisfacer sus intereses de la forma más satisfactoria. Es capaz de controlar su egocentrismo y voracidad si eso le lleva a obtener una ganancia a más largo plazo. 
 
Estado de equilibrio
Sus intereses no están centrados solamente en lo inmediato y en si mismo. Es capaz de entenderse como parte de algo mayor. Es una persona empática y capaz de dominar sus deseos sin sofocarlos. 
 
Estado realizado
La persona es capaz de soportar las contradicciones vitales sin apegarse ciegamente a una visión. No es arrastrado por las corrientes que rigen a las masas, aunque puede dejarse arrastrar si lo desea.  Conceptos como el Bien y el Mal dejan de tener sentido, trasciende la moral aunque sus actos son éticamente intachables. Es un estado de felicidad, aunque eso no significa que no conviva con el dolor.  
 
Notas
[1] Los Diez Mundos de la cosmología budista

4 comentarios:

Amaya dijo...

Según estos estados, me temo que la gran mayoría de la población occidental vivimos en un estado de "imposición" (por cierto, ¿por qué ese nombre para dicho estado?).
Probablemente hasta es el estado más valorado en nuestra cultura, el que a día de hoy tendría un significado de éxito en la sociedad.
¿Riñe la espiritualidad con los placeres mundanos?

Toni dijo...

He retocado ligeramente las “definiciones” de los tres últimos estados. He elegido el término “imposición”, porque considero que en ese estado espiritual el sujeto trata de imponerse a los demás e incluso a sí mismo. Si nos fijamos, esa escala espiritual también encaja con nuestra evolución ontogenética y filogenetica. Así, el nivel 3 podría ser un roedor y el 4 un chimpancé. También podríamos equipararlo, en el caso de nivel 3 a un niño de menos de 2 años y la etapa 4 de menos de 5 (auque tendría que repasarme un poco Piaget para afinar más). Con esto no quiero decir que esas etapas evolutivas correspondan a las espirituales, puesto que hablamos de personas adultas y cabales, pero puede servirnos de ejemplo.

Personalmente no creo que los placeres mundanos estén reñidos con la espiritualidad. La ofuscación con estos sí. De hecho, un filoso insigne de nuestra cultura, un judío llamado Jesús, el cual suele ser utilizado como referente de espiritualidad, era acusado por sus enemigos de ser “borracho y glotón”. El ser espiritual se sirve de los placeres pero no los sirve.

Respecto a nuestra sociedad, no creo que nadie logre alcanzar una auténtica felicidad si sigue sus valores consumistas. Efectivamente, parece que el estado de imposición sea el ideal. Los dadaístas, creían que una sociedad que había ocasionado una guerra mundial no merecía tener arte. Y efectivamente, los ideales de vida que rigen nuestra sociedad son en general basura y no llevan a la felicidad (especialmente si vives en África y te viene a saquear y a ponerte un reyezuelo que te masacre a la mínima de cambio).

Amaya dijo...

Y me ha hecho usted pensar, como siempre. Permítame que exponga algunas someras ideas sobre el tema que ha abierto.

La espiritualidad ha de ser el resultado del cultivo del espíritu, necesariamente. Dice usted que se trata de una suerte de “métrica existencial”, expresión que he confesar me ha gustado de forma especial. El espíritu es el hálito de la vida, la fuerza interior que mantiene activo a un cuerpo que de otro modo sería igual que una carcasa inerte. También se ha asimilado al temperamento, como aquello que da color a la personalidad concreta de cada uno. Así, una persona con “espíritu de contradicción” es la que se caracteriza por una actitud ambivalente ante las cosas, y que sólo se define para contraponerse a lo que otros defiendan. O alguien con “espíritu de lucha” es la que no se arredra ante las dificultades. Por lo tanto en algún punto el concepto de espíritu roza también la dimensión de la voluntad del individuo, entronca con la idea de lo que el sujeto es o quiere ser. El cultivo de esa voluntad, el trabajo sobre el temperamento que uno tiene y que desea perfilar, es lo que hace emerger la espiritualidad propia.

En resumidas cuentas, la espiritualidad podría ser el polvo levantado al recorrer en vida el camino elegido, un recorrido (o métrica) existencial de valores, metas, deseos y creencias. Todos ellos, como bien dice usted, pueden enraizarse en lo material y más inmediato, o bien en una búsqueda de valores más últimos, como una felicidad pacífica reconciliada con el mundo en el que se habita.

Ciertamente, creo que sus 6 niveles están muy bien conceptualizados, Sensei.

Amaya dijo...

Me he encontrado a Olaf Stapledon hablando de espiritualidad, y me he acordado de esta entrada. No son pocos los que en algún momento se han metido en el berenjenal de intentar definirla.

Stapledon dice que la "espiritualidad" es "una experiencia que la derecha pervierte a menudo y la izquierda suele juzgar erróneamente". Para el autor, "implica un desinterés de todo fin privado, social y racial; no porque impulse al hombre a rechazar esos fines, sino porque les da un nuevo valor.
La vida espiritual parece ser en esencia una tentativa de adoptar la actitud más apropiada para la totalidad de nuestra experiencia".

"Esta experiencia puede resultar en una mayor lucidez, y una conciencia de temple más afinado, y beneficiar así notablemente nuestra conducta.
En verdad, si esta experiencia, humanizadora en grado supremo, no produce, junto con una suerte de piedad ante el destino, la decidida resolución de ayudar al despertar de la humanidad, será solo simulación y artimaña".