La Odisea, canto XII.
"[...] mas habéis de atarme fuertemente con cuerdas, de pie y a lo largo del mástil a fin de permanecer inmóvil, y si os suplicara y os mandara que me desataseis, entonces, por el contrario, habéis de redoblar mis ligaduras."
Un Daimon calmó las aguas, pero podría haber sido diferente.
Una tormenta se levanta, y el trueno de Zeus y la mano de Poseidón agitan el mar henchido de peces como el vino en una bota -y Atenea, de no ser una diosa, se mordería los nudillos-. Ulises brama a sus hombres: ¡arriad las velas! ¡fijad el timón! Y sordos, al mismo tiempo que le redoblan las ataduras, con un golpe de bronce cortan los tensores de la vela y atan la guía del timón.
Al pasar, Ulises les dice, exhausto... la tormenta. A lo que le responden extrañados ¿la tormenta?
"[...] mas habéis de atarme fuertemente con cuerdas, de pie y a lo largo del mástil a fin de permanecer inmóvil, y si os suplicara y os mandara que me desataseis, entonces, por el contrario, habéis de redoblar mis ligaduras."
Un Daimon calmó las aguas, pero podría haber sido diferente.
Una tormenta se levanta, y el trueno de Zeus y la mano de Poseidón agitan el mar henchido de peces como el vino en una bota -y Atenea, de no ser una diosa, se mordería los nudillos-. Ulises brama a sus hombres: ¡arriad las velas! ¡fijad el timón! Y sordos, al mismo tiempo que le redoblan las ataduras, con un golpe de bronce cortan los tensores de la vela y atan la guía del timón.
Al pasar, Ulises les dice, exhausto... la tormenta. A lo que le responden extrañados ¿la tormenta?
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