lunes, 15 de noviembre de 2010

Eternal flame.


Hay una bonita frase, quizás bella. Que desde que la oí quise poder pronunciar. Unas palabras de amor, una declaración en boca de un personaje sombrío: el Drácula de Coppola (no sé si el de Stoker), que ante la reencontrada imagen de su amada dice: “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte”.

Tal como el director lo plantea, es una historia de amor; de un amor que lo trasciende todo. Una devoción incombustible e inquebrantable. Una dulce e irresistible luz que atraviesa los párpados. Un desafío al destino, al tiempo y, sobretodo. A la nada.

Pero, un hombre ha de ser necesariamente menos grandilocuente. Creo que tendré que buscarme otra frase. Una más humana (más de Van Helsing).

Un sencillo mortal, si un día descubre a su amada, como mucho podría declararle un torpe: “Hacía una eternidad que no nos veíamos”.

Pero, con un pulso no menos trascendente. Con el tono de las fuerzas que se encuentran una y otra vez, cada eternidad, antes de la cósmica explosión. Y que en cada nuevo renacer, no suenan como un estruendo, sino; como un beso.

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