jueves, 1 de enero de 2009

Cuento accidental dos.


No hay más que un problema filosófico

verdaderamente serio: el suicidio.

Albert Camus


Los ojos abiertos de par en par, total oscuridad, la mano hormigueante bajo la cabeza, (hacía rato que no la movía). Notaba sus palpitaciones en el colchón mas que dentro de su pecho. Su propio aliento le parecía frió sobre su hombro. Silencio, oscuridad y sin sentido. Las cinco, y ya no iba a dormir.

Se levantó y recalentó café. Sobre una mesa de escritorio desordenada, apiladas una gran cantidad de hojas. Hacía unos días que havía defendido con éxito su tesis frente un tribunal académico. Pero ahora ya no le importaba el birrete lila.

Apenas recuerda el penoso alumno que fue en la escuela. Una sensación extraña se apoderaba de él, como una oscura revelación.

Se sentó en el despacho y se percató que ni el despertador del lado de su camastro, ni en el reloj de su muñeca, ni en el de la pared de la habitación se podía escuchar un sencillo “tic-tac”. Todos eran digitales.

Él, que fracasaba en las cosas más esenciales de la vida (por alguna especie de complejo de inferioridad llegó a pensar), creyó que ahí podría triunfar, entre papeles. Pero ahora se sentía más fracasado que nunca. Había jugado y había perdido. Su celda era más sórdida que la de cualquier preso. Cuando uno elige su pena, le entrega su suerte al más despiadado de los verdugos –pensó-.

Y esa misma mañana la vida le entró en bancarrota (y el tiempo no da créditos). Se levantó, cogió las llaves del coche, cerró la puerta de un golpe, retumbando tras de sí el hueco piso. Tal vez hoy no, pero sí uno de estos días... Tenía que ir acostumbrándose a la idea para poder tomar esa decisión trascendente de una forma calmada y consciente. A estas alturas le era costumbre tomar caminos sin retorno.

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