jueves, 3 de julio de 2008

La vida y la muerte.


Un día se encontraron con un armado, que se retiraba del campo de batalla, un grupo de jóvenes con ganas de divertirse.

Tan pobre era, que su única vestidura era su armadura de cuerpo entero. Caminaba pesada y fatigosamente hacia su pueblo, ya cercano.

Los chavales, entre diversión y curiosidad de encontrar a un soldado, e imaginando fantásticos y heroicos combates, entablaron una pequeña lucha con aquel extraño personaje. ¡Un juego!... La gruesa armadura amortiguaría cualquier golpe -pensaron-. Los muchachos se inflamaron con la idea y una lluvia de pedradas cayó sobre aquel tercio desarmado.

El soldado, esperando que agotada su curiosidad, los zagales lo dejaran en paz, continuó su camino al pueblo, con aire de impasibilidad.

Impresionados por la entereza del chapado andante, la emprendieron a garrotazos. Era curioso y divertido, las planchas ni se aboyaban, a pesar de que la figura cayó al suelo un par de veces, la superficie de la armadura permanecía intacta.

Por fin el soldado, aturdido, adquirió una pose propia de quien va a asestar un golpe... satisfechos por haber hecho mella en él, por haber iniciado el juego, los muchachos continuaron su camino alegremente, saltando, jugueteando, riendo.

El tercio viejo, a unos metros de su pueblo natal, se recostó en un árbol.
El sol delineaba el estático perfil de una coraza.
De la base del yelmo, inclinado sobre el pecho, fluía un brillante hilo de sangre.

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