La dicha, el paraíso, la
felicidad constante; no pueden existir.
Démosle un punto y aparte
a la anterior frase para concederle la rotundidad de un epígrafe. Cuando
asevero lo dicho, no me refiero la imposibilidad filosófica de alcanzar tales
estados ideales, si no a que el ser humano digiere, más que integrar, lo
trascendente. De ese modo convierte la más ansiada maravilla, en la más
corriente de las mierdas.
La esencia de este
fenómeno lo retrata excelentemente Buñuel en su mediometraje Simón del
desierto. En una de sus escenas, un mutilado suplica al santo que le sean
retornadas sus manos. Simón ruega y el milagro se ejecuta. El agraciado mira
sus manos, arquea una ceja, e inmediatamente parte hacia su casa. El primer uso
que les da a esas manos es propinarle una torta a uno de sus hijos.
Esa forma de conducirse
vuelve a aparecer cada vez que la humanidad supera un límite. Lo trascendente
no cambia la forma en que concebimos las cosas, excepto, claro está, si lo
nuevo obliga físicamente.
Por ejemplo, desde 1997,
fecha en que Deep Blue venció al campeón del mundo de ajedrez, Garry Kasparov, los
campeonatos de ajedrez han seguido realizándose con total normalidad. ¿Y
esperaba que sucediera? -Pueden preguntar-. Nada, sin duda, pero fíjense en que
la actitud de la humanidad encaja con la del bendecido personaje de Buñuel. La
inteligencia artificial vence al hombre en uno de sus populares baluartes del
ingenio; arqueamos una ceja y continuamos a lo nuestro.
Ahora imagínense que un
día el programa SETI (Search for ExtraTerrestrial Intelligence) tuviera éxito, ¿qué creen que pasaría?
Llevando
la situación al extremo de las películas de ciencia ficción de los años 50, supongamos
que un buen día aparece un nuevo canal de televisión, con una emisión que representa
patrones matemáticos, rápidamente se proclama que la emisión viene del espacio
exterior (no creo que las antenas de televisión fueran capaces de tal gesta,
pero continuemos con el ejemplo) y los sabios ratifican que es una emisión de seres inteligentes de otra
galaxia. Seguro que a los pocos días el canal alienígena no sería más que una molestia
para la mayoría de ciudadanos: ¡¡Mecaguen!! ¡Sin querer, ya he vuelto a poner en el
canal 1 a los putos marcianos!
Cierro el articulillo, haciendo referencia a lo que afirmaba al principio. Si
la humanidad alcanzara cierta anhelada posición ideal (un paraíso del tipo que
fuere), dejaría de serlo por el mero hecho de haberla alcanzado. Sea
esto una invitación a reflexionar sobre la naturaleza humana y la influencia que la
fantasía y lo irreal tienen en ella.